La atmósfera solemne del Viernes Santose vio marcada por la tensión en las calles de Jerusalén, donde la celebración de la Pasión de Cristo se entrelazó con el conflicto en la franja de Gaza. En un escenario donde lo sagrado y lo político convergen, pocos peregrinos se aventuraron por los estrechos callejones de la Ciudad Vieja, que atestiguaron el camino de Jesús hacia la crucifixión.
La emblemática Ciudad Vieja, un crisol de fe para judíos, cristianos y musulmanes, se vio envuelta en una atmósfera de seguridad reforzada. Mientras los devotos cristianos buscaban honrar la memoria de Jesús, cientos de palestinos, observando el ayuno del Ramadán, acudían a la mezquita de Al Aqsa, contribuyendo a la complejidad del panorama.
Sin embargo, para muchos palestinos, el simple acto de llegar a Al Aqsa se convirtió en una odisea, enfrentando controles de seguridad israelíes que multiplicaron el tiempo de viaje. Linda Al Khatib, residente en las afueras de Jerusalén, relató cómo el trayecto habitual se vio ampliado casi diez veces debido a estas medidas.
El conflicto en Gaza también dejó su marca en los corazones de los visitantes extranjeros. John Timmons, un turista australiano, expresó su pesar por la situación, mientras que James Joseph, residente local, comparó la violencia con la tragedia de los Inocentes, evocando la tradición católica.
A pesar de la sombría atmósfera, numerosos peregrinos se congregaron en la iglesia del Santo Sepulcro, donde según la tradición, Jesús resucitó. En este punto focal de la fe cristiana, las palabras y gestos de los devotos sirvieron como un recordatorio del sufrimiento humano y la esperanza que trascienden los conflictos terrenales.
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